martes, 11 de agosto de 2009

¿Qué es más feo, una polla o un coño?


Sin duda alguna, parece que el segundo se lleva la palma.

17:15 de una tarde de verano. Un programa de corazón cualquiera. Sobre la mesa las fotos de una señora en pelotas que se asegura tiene el felpudo más poblado de la Península Ibérica. Sí, sí, Portugal incluido. El público, ávido de imágenes pornográficas con las que rellenar su imaginario sexual, reclama ver las instantáneas. Pero el presentador pronto les corta las alas y anuncia que es demasiado tarde y las fotos se verán mañana, antes de las 17.00, hora en la que empieza el horario protegido.

Pasan cinco minutos y con todo su morro plantan una imagen de Sánchez Dragó en la que sólo está cubierto por un body painting de letras que, ni de coña, llega a taparle las vergüenzas. Y digo vergüenzas, porque a mi me daría vergüenza enseñar semejante pubis amazónico rodeando a un miembro que más que viril parecía viral.

Reflexión siestera al canto: si la imagen de un señor viejo y desagradable en bolas se puede enseñar a los niños, ¿por qué no la de una señora? ¿Acaso los va traumatizar menos el hecho de que una foto aparezca en El Mundo y la otra en Interviú? Y si el desnudo traumatiza ¿por qué no cerramos las puertas de los baños con doble cerrojo cuando los papis están dentro? O mejor aún ¿por qué no hacemos una exterminio masivo de espejos en los hogares españoles para que ningún niño se contemple así mismo en bolas? ¡No sea que vean una teta y ya nunca sean capaces de volver a comerse un yogurt, queso o cualquier derivado lácteo!

Pues porque no, y punto. Vale que sí, que los que trabajamos en la tele sabemos de sobra por qué se hace esto. Porque así te guardas para mañana un poquito de contenido ya cebado (anunciado a bombo y platillo) con el que rellenar un contenedor que en verano se te queda grande por todos lo lados. Pero cuidadito con las escaletas porque si dejas demasiado juntos mensajes contradictorios, hasta el más borrego de los espectadores se da cuenta.

Si hasta yo me he pispado y eso que a mi a borrega a mi no me gana nadie. Y menos en pleno mes de agosto, de vacaciones, viendo la tele bajo la somnolencia provocada por la ingesta de un plato de gambas a la plancha, que ha estado a punto de acabar con mi vida y con la de mi madre. Ale, moriros de envidia.

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